'True Blood': cuando los vampiros dominaban HBO
La adaptación de las novelas de Charlaine Harris fue el puente entre 'Los Soprano' y 'Juego de tronos'
El verano de 2007 fue el fin de una era para la cadena HBO. Aquel mes de junio se emitía Made in America, el último episodio de Los Soprano, la serie que había puesto en marcha una década triunfal de éxitos de crítica, público y premios para el canal y que había resultado también instrumental en el inicio de una nueva edad de oro de la ficción televisiva estadounidense marcada por los antihéroes, los valores de producción más propios del cine, historias más complejas y sin miedo a la serialización y el encumbramiento de los showrunners (los guionistas al frente de esas series) al nivel de estrellas. Hay muchos otros títulos que contribuyeron a ello, por supuesto, pero Los Soprano había sido el más longevo en HBO: A dos metros bajo tierra y Sexo en Nueva York habían finalizado un par de años antes.
El caso es que los medios se preguntaban quién iba a tomar el relevo de Tony, Carmela y compañía en el canal. Dos estrenos de aquel 2007, John from Cincinnati y Tell me you love me, habían pasado sin pena ni gloria por la parrilla y, aunque Big Love seguía en marcha, no parecía que fuera a atraer la atención de los Emmy de la misma forma que la familia mafiosa de Nueva Jersey. La era del dominio de HBO de la “prestige TV” se estaba acabando en favor de AMC y sus Mad Men y Breaking Bad y, hasta que llegara Netflix a revolucionarlo todo (y aparecieran más tarde Juego de tronos y Succession), la cadena tendría que pasar su particular travesía del desierto en busca de su nuevo buque insignia.
Resulta gracioso que ese buque acabara siendo una serie de fantasía que disimulaba su género bajo luchas por el poder con envoltorio pseudomedieval y que, hasta que esta llegara, el mayor éxito de audiencia de HBO fuera una de vampiros completamente pulp, sin complejos y desatadísima: True Blood. Que, visto con perspectiva, abrió tanto la puerta a Juego de tronos como lo hizo, desde el punto de vista logístico, Roma un par de años antes. ¿Quién se habría creído que HBO emitía fantasía épica de toda la vida si antes no hubiera visto a la mezcla de criaturas sobrenaturales que poblaban los pantanos de Louisiana?
Pero es que había trampa. True Blood, que adaptaba una serie de novelas entre el terror y el romántico de Charlaine Harris, llegaba con el marchamo de ser la siguiente serie de Alan Ball después de A dos metros bajo tierra, una disección de la familia Fisher, dueña de una funeraria, cuyo último capítulo aún se considera el mejor de la historia. Ball afirmaba que sus vampiros, que viven entre los humanos gracias a que toman una sangre sintética llamada, precisamente, True Blood, pero que sufren odio y discriminación, eran una metáfora de cualquier grupo social oprimido y, sobre todo, del colectivo LGTBI. La metáfora estaba ahí, pero lo que acabó ganando terreno era otra cosa que también estaba muy presente desde el principio: la falta de sentido del ridículo y el mamarrachismo.
La protagonista principal era Sookie Stackhouse, camarera en un bar de carretera en un pueblo de Louisiana llamado Bon Temps. Sookie tiene un don, que es que puede escuchar los pensamientos de todas las personas con las que se cruza. Hasta que aparece una noche Bill, un tipo atractivo y misterioso cuya mente no puede leer. ¿Por qué? Porque es un vampiro. Por supuesto, ambos acaban enamorados y, de paso, metidos en una trama en la que llegó a haber asesinos en serie, hombres lobo, hadas (o algo parecido), una iglesia de fundamentalistas anti vampiros y un tipo tan tonto, que sobrevive milagrosamente a todo lo que ocurre y que es Jason, el hermano de Sookie.
True Blood tomaba todo el folklore vampírico de los últimos siglos, incluidas las películas de la Hammer, y lo elevaba a la enésima potencia. Aprovechaba al máximo las posibilidades que la emisión en HBO brindaba en cuanto a la sangre y el sexo y potenciaba ese lado sensual y erótico que los vampiros habían ido adquiriendo con el tiempo. Sentirse atraída por uno de ellos era peligroso porque no sabías si acabarías convertida en criatura de la noche o muerta, pero esa sensación de riesgo era lo que los convertía en irresistibles.
La primera temporada de la serie se construía sobre ella y, a partir de ahí, no hubo nada que los guionistas no se atrevieran a hacer. Vista ahora, True Blood resulta un entretenimiento veraniego (que es lo que era) plenamente consciente de lo que estaba haciendo y de lo que ofrecía, repleto de socarronería y de personajes que se sabían por encima de todo aquello como Pam, la sarcástica ayudante de Eric, o Russell, que siempre daba la impresión de estar pasándoselo mejor que todos los demás, incluso cuando estaba al borde de la carbonización por exposición a la luz solar.
La serie llegó también en un momento en el que las taquillas de todo el mundo estaban tomadas por la fiebre de Crepúsculo, que estrenaba su primera película en 2008, el mismo año del debut de True Blood. Pero la saga de Edward y Bella era mucho más pacata, era más la versión censurada y apropiada para adolescentes temerosos de Dios del mito vampírico. Los chupasangres de Bon Temps no estaban para tonterías ni brillos en la oscuridad, sino que tomaban lo que querían, mataban a quien hiciera falta y se iban a la cama con quien se les pusiera por delante y estuviera dispuesto.
Además, fue el trampolín de lanzamiento de las carreras de unos cuantos actores, sobre todo, de Alexander Skarsgard. Su Eric era el otro vampiro enamorado de Sookie, uno más divertido y menos rollete que el intenso de Bill, y la mezcla de “chico malo” sobrenatural, cierta vulnerabilidad y su aspecto de vikingo lo convirtieron en la gran estrella salida de la ficción. Por ella pasaron también desde Deborah Ann Woll (Daredevil) a Joe Manganiello o Dane DeHaan, y colocó de nuevo a Anna Paquin en el candelero muchos años después de haber sido la niña que ganó un Oscar por El piano.
El nombre de Alan Ball como creador pudo hacer creer, inicialmente, que íbamos a ver un acercamiento serio hacia los problemas de que vampiros y humanos convivan en el mismo lugar, pero True Blood habría sido, probablemente, mucho peor y más aburrida si se hubiera decantado por ese camino. Su gracia estaba, precisamente, en tirarse de cabeza a las aguas de lo mamarracho, del lado más sexy de los vampiros y de los acentos del sur de Estados Unidos más peculiares escuchados nunca.
Los datos de la serie
Dónde verla: HBO Max y Netflix.
Temporadas y capítulos: Siete, de doce y, en las dos últimas temporadas, diez capítulos cada una.
Creador: Alan Ball, basada en las novelas de Charlaine Harris.
Reparto: Anna Paquin, Stephen Moyer, Alexander Skarsgard, Rutina Wesley, Sam Trammell, Carrie Preston, Nelsan Ellis.
Si quieres más
Leer: Muerto hasta el anochecer, de Charlaine Harris. Es el primer volumen de la serie de Sookie Stackhouse, más orientada a la novela romántica.
Ver: Lo que hacemos en las sombras (2014), de Jemaine Clement y Taika Waititi, da un giro de comedia a los mitos vampíricos.
Escuchar: Bad things, de Jace Everett, es la sintonía de la serie.