'Territorio Lovecraft': los monstruos del racismo
Una amalgama pulp que destapa los prejuicios tras los cuentos de Lovecraft
Muchos autores clásicos son hijos de su época, en el sentido de que sus obras están escritas desde el punto de vista de hombres blancos del siglo XIX o mediados del XX. Roald Dahl era antisemita y H.P. Lovecraft, el padre del terror cósmico y uno de los autores del género más influyentes, era bastante racista. Las criaturas adoradoras de Dagón, el dios-pez, están descritas de la manera en la que se solía hablar en la prensa decimonónica de los negros y los judíos, pero al mismo tiempo, es innegable la fuerza de ese terror ante algo demasiado enorme, demasiado eterno y demasiado inasumible para la mente de meros mortales.
Ahí entró el escritor Matt Ruff, quien decidió utilizar todos los monstruos y mitos de Lovecraft para hablar expresamente del racismo que experimentan los protagonistas de su libro Territorio Lovecraft en los Estados Unidos de la década de 1950. Son mucho más aterradores los “pueblos del atardecer”, comunidades que perseguían a los viajeros no blancos que pasaran por ellos en cuanto cayera el sol, que Yog-Sothoth o cualquier servidor de Cthulhu, y con ese mismo espíritu se adaptó la novela a serie en 2020.
Su responsable era Misha Green, que había creado otro drama que echaba un vistazo a la experiencia de los afroamericanos en medio del racismo institucional norteamericano. En este caso, Underground contaba la historia del ferrocarril subterráneo, una red clandestina de personas que se dedicaba a sacar a los esclavos de las plantaciones del sur y los llevaba al norte, donde podían aspirar a conseguir la libertad. Algunos de los temas que tocaba en aquella serie se trasladaban a Territorio Lovecraft pasados, esta vez, por el filtro del pulp, el terror y la ciencia ficción.
La serie ya presenta toda una declaración de intenciones desde el primer episodio. Su protagonista es un joven del sur de Chicago que regresa a casa tras haber luchado en la Guerra de Corea. En el autobús va sentado en la parte reservada a los negros, separada de los blancos, lee John Carter de Marte y, cuando se queda dormido, sueña con los extraterrestres de La guerra de los mundos, la princesa marciana de Edgar Rice Burroughs, los monstruos lovecraftianos y sus recuerdos de la guerra en una secuencia que encapsula todo lo que veremos en los nueve episodios restantes. Porque Atticus es un gran fan de la ciencia ficción, la fantasía y el terror, pero nunca ha sentido que en esos géneros hubiera sitio para él. John Carter, por ejemplo, había luchado con el ejército confederado en la Guerra de Secesión.
Lo que Territorio Lovecraft hace es colocarlo en el centro de una de esas historias que le fascinan. Empieza simplemente como un viaje en busca de su padre, desaparecido en el sur de las leyes racistas de Jim Crow, junto a su mejor amiga de infancia, Letitia, y su tío George. Acaban descubriendo una secta de magos liderada por una familia supremacista blanca que quiere utilizar la sangre de Atticus para acceder a todo su poder y esta historia, que parece bastante sencilla, se desdobla en episodios que presentan a los personajes con diferentes situaciones y misiones que deben de resolver.
Tenemos una aventura digna de Indiana Jones en los sótanos de un museo, una casa encantada asediada por un barrio de racistas, viajes en el tiempo y hasta portales interdimensionales que te propulsan más allá del espacio y del tiempo. La serie coge todos los elementos más típicos del pulp, más los protagonistas lovecraftianos siempre en busca de misterios insondables, y los lleva a la enésima potencia. Si Atticus y Letitia pudieran ver la ficción, serían sus mayores fans.
Al final, la tesis de Territorio Lovecraft es que el racismo rampante de aquellos Estados Unidos segregados por ley daba mucho más miedo que Cthulhu. Sus personajes se enfrentan a la discriminación diariamente. Si van a buscar trabajo, se lo darán a la candidata de piel más clara y si, por equivocación, entran en un lugar mayoritariamente blanco, enseguida les harán saber que no son bienvenidos allí. Todo esto se cuenta en medio de una trama con hechiceras capaces de cambiar de forma, libros mágicos ancestrales que todo el mundo anda buscando y un protagonista central que tiene que afrontar todos los sentimientos que le genera reencontrarse con Letitia o tener que ir a rescatar a un padre que siempre ha estado ausente.
La serie, es probablemente, la zambullida más a fondo en un género descartado a menudo como “menor” que se ha visto en televisión en mucho tiempo. No hace las cosas a medias y, sobre todo, traza una línea directa entre la esclavitud y el exterminio de las poblaciones indígenas de Norteamérica y el presente que viven sus personajes. Es un buen ejemplo de cómo el terror y la ciencia ficción son vehículos idóneos para el comentario social.
Y, además, lanzó la carrera de su principal protagonista, Jonathan Majors, que sostiene con carisma, solvencia, vulnerabilidad y fuerza toda la historia. También fue la presentación para el público estadounidense de la británica Wunmi Mosaku, que hasta entonces había estado bastante estancada en papeles de policía en Reino Unido, y le dio a Jurnee Smollett un papel robaescenas a quien habría estado bien seguir en una segunda temporada que nunca se produjo.
Los datos de la serie
Dónde verla: HBO Max.
Temporadas y capítulos: Una, de diez episodios.
Creadora: Misha Green, basada en la novela de Matt Ruff.
Reparto: Jonathan Majors, Courtney B. Vance, Jurnee Smollett, Michael K. Williams, Wunmi Mosaku, Aunjanue Ellis, Abby Lee.
Si quieres más
Leer: El ferrocarril subterráneo, de Colson Whitehead, que imagina aquella red clandestina que llevaba esclavos negros del sur al norte de Estados Unidos durante el siglo XIX como un tren real.
Ver: Déjame salir, de Jordan Peele, otra historia de terror que utiliza el racismo de una manera muy imaginativa.
Escuchar: Sinnerman, versión de la cantautora Alice Smith del clásico de Nina Simone que es un buen ejemplo de la impresionante banda sonora de la serie.