'Estación Once': Shakespeare y el fin del mundo
La serie postapocalíptica se sale de lo que podríamos esperar de ese género
La vida se abre camino. La representación visual de esa frase de Parque Jurásico inicia el primer episodio de Estación Once: vemos interiores de teatros, calles y barrios tomados por la naturaleza, vibrando en brillantes tonos de verde y habitados por todo tipo de animales. En esos mismos escenarios es donde se sitúa el principio de una letal pandemia de gripe que se extiende por todo el planeta en cuestión de días y que acaba, por supuesto, no solo con un porcentaje muy importante de la población, sino también con la civilización tal y como la conocíamos hasta ese momento.
Con ese arranque, Estación Once podría ser una serie postapocalíptica más en la que los supervivientes tienen que pelear contra otros seres humanos por la comida, el techo, por tener la oportunidad de vivir un día más. Podría ser The Walking Dead sin zombis o revisitar Survivors, una serie de BBC sobre, precisamente, los supervivientes de una epidemia mortal de gripe. Pero Estación Once tiene otra idea en mente, una que se acerca más a lo que el comandante Adama decía al principio de Battlestar Galactica: no basta con sobrevivir, también hay que merecerlo.
En este caso, pasar los días simplemente como los recolectores-cazadores de la Prehistoria no es factible pues las personas necesitan algo más, y ese algo más es la cultura. La música, el teatro y la lectura son las armas con las que la serie afirma que la humanidad puede perdurar ante semejante cataclismo y las presenta desde el principio: la que podríamos decir que es su protagonista central trabaja de niña en una producción de El rey Lear y, de mayor, se une a la Sinfonía Ambulante, una troupe teatral un poco lorquiana que recorre todos los veranos la orilla del lago Michigan representando obras de Shakespeare. La que toca durante Estación Once es Hamlet.
Además de la Sinfonía Ambulante, hay también un cómic que tiene una gran importancia en el devenir de la historia por la lectura obsesiva que dos personajes hacen de él, tal vez identificándose demasiado con ese astronauta perdido en el espacio. El poder de las historias nos ayuda a comprendernos, incluso a sanarnos, pero también puede reforzar nuestros peores instintos. Porque, aunque Estación Once sea un postapocalipsis diferente, sigue teniendo a un “villano” que pretende destruirlo todo y sigue habiendo personas dispuestas a llegar a los extremos más inimaginables en el nombre de la supervivencia.
La diferencia está en cómo se cuenta esta historia. Los capítulos alternan entre pasado y presente, entre memoria y realidad, y ponen su foco sobre distintos personajes cada vez. Se nota que el responsable de adaptar el libro de Emily St. John Mandel, Patrick Somerville, había estado en The Leftovers, otra ficción postapocalíptica que apostaba por tocar otros temas diferentes de los habituales en el subgénero, más centrada en las consecuencias emocionales de los “restos”, los que se quedan, los que son abandonados por ese 2% de la población que desaparece en la Partida Repentina.
Tonalmente, ambas series son casi hermanas separadas al nacer, pero mientras The Leftovers tomó caminos muy particulares que expandían la historia, Estación Once se mantiene en esos personajes que, antes de la pandemia, tenían algún tipo de conexión con Arthur, el actor que muere de infarto en escena durante El rey Lear en la misma noche que se desata la catástrofe. De ellos, vamos viendo sus respuestas emocionales al desastre, sus sentimientos de culpa, los que no son capaces de procesar y cómo evolucionan en esos veinte años que transcurren entre el inicio de todo y el presente de la ficción.
Y aunque ocurran cosas horribles, y haya bandidos que asalten a caminantes despistados, esa creencia de Estación Once en la importancia de los cuentos lleva a que yazca siempre por debajo un optimismo, una sensación de que siempre habrá una manera de sobrellevar la situación, que la convirtió en uno de los estrenos más destacados de 2021. Llegaba, además, cuando el mundo estaba aún sumido en las trincheras de la COVID-19, con los espectadores en un estado mental que, quizá, era contraproducente para ver una serie ambientada después de que una pandemia de gripe lo arrase todo. Sin embargo, Estación Once busca lo hermoso, lo que hace que merezca la pena seguir viviendo y no se regodea en el peligro y lo horrible.
De hecho, el lema de la Sinfonía Ambulante es el propio de la serie, una frase extraída de un episodio de Star Trek: Voyager: la supervivencia es insuficiente. No sirve de nada vivir si no cultivamos conexiones con otras personas y si no dejamos que el arte nos ayude a darle sentido a todo. Y tampoco hay que cortar todos los lazos con el pasado: los recuerdos de Kirsten de aquellos primeros meses post pandémicos pueden ser dolorosos, pero las pretensiones del villano de destruir todo lo que le una a quien era entonces no solucionan nada.
Tan acostumbrados como estamos a que las ficciones postapocalípticas enseñen un mundo hostil donde hay que estar preparado para matar y sobrevivir a cualquier precio, la mirada a pequeña escala de Estación Once resulta refrescante y mucho más interesante. No obvia los peligros, pero quiere mostrar el camino para que los supervivientes no sean solo muertos que caminan, y ese camino pasa por entregarse a Shakespeare y por entender bien a qué se refiere ese cómic cuando dice que “recuerdo el daño”. El recuerdo también te hace merecedor de la supervivencia.
Los datos de la serie
Dónde verla: HBO Max.
Temporadas y capítulos: Una, de ocho episodios de una hora.
Creador: Patrick Somerville, basada en el libro de Emily St. John Mandel.
Reparto: Himesh Patel, Matilda Lawler, Mackenzie Davies, Danielle Deadwyler, Gabriel García Bernal, Caitlin FitzGerald, Lori Petty.
Si quieres más
Leer: Estación Once, de Emily St. John Mandel, el material original en el que se basa la miniserie.
Ver: Rosencratz y Guildenstern han muerto (1990), de Tom Stoppard, que cuenta Hamlet desde la óptica de dos personajes al fondo de la acción.
Escuchar: Stay, la canción de Lisa Loeb que acaba teniendo su relevancia en la serie y que se incluía en la BSO de Reality bites.